miércoles, 12 de mayo de 2010

Capitulo 14: “Mi Primer Pololo Manuel”

1949, 9 años

Después de esta actitud de Silvia, yo quedé muy herida. Yo quería a mi tía y a MARILUZ y no le podía perdonar la ofensa.
Comencé a no juntarme con ella y a buscar otras amistades, hasta que entendiera, que no podía seguir portándose, como una salvaje.



-En el Colegio, comencé a juntarme con un niño, llamado Manuel, que era muy dulce y caballero. Comenzamos una linda amistad, que consistía en miradas, cartas, rodamientos de camiones que yo le regalaba para que jugara a las bolitas.
El me mandaba dulces bajo la mesa, me prestaba lápices, me regalaba rosas.
Pasaron unos días y ya todo el curso se había dado cuenta de que nos gustábamos.



Manuel tenía 9 años, era alto, de tez blanca y unos grandes ojos negros, muy serenos, parecía que me acariciaban cuando me miraban. Tenía un rostro risueño y agradable, el pelo castaño y era macizo, al lado mío. Le gustaba mucho burlarse de todo y era muy seguro de sí mismo. Cuando menos me lo pensé, le había dicho a todo el curso, que yo era su polola.



Hasta las Misses, le había contado, ni tenía ningún problema en decir sus sentimientos, ante los demás.



Un día veníamos de Colegio y él, me tomó la mano y justo venía detrás Silvia y nos vio.



Luego arrancó unas rosas y me las regaló galantemente, riendo. Yo me sentía halagada ante sus atenciones, pero que anduviera contándole a medio mundo, sus sentimientos, no me gustaba. Yo era muy reservada en mis sentimientos.



Un día Silvia se acercó en el patio y me dijo: “Así es que ahora tienes pololo y no te juntas mas conmigo”
Silvia, me obligó a aceptar mi amistad con Manuel, porque al principio yo se la negué.
Entonces ella, se puso triste y me dijo: “¿Entonces ya no vamos a jugar más juntas, no seremos más amigas?”



“¿Te vas a hacer polola de él?” “¿Y yo con quién voy a jugar, si tu eres mi única amiga?”
“Eres una mala amiga” dijo y se fue.



Yo me quede pensando en sus palabras y comencé a decidirme “Tal vez, ella tenga razón” No nos podremos ver tanto como antes. Estaba en una indecisión “LA AMISTAD O EL AMOR”
Estuve varios días pensando una solución y no la hallaba.
Mientras tanto Manuel, comenzó a bombardearme de regalos, chocolates, flores, lápices, gomas, etc. Ya hasta su mamá le había contado que tenía una polola y a mí nunca me preguntó, si quería ser su polola. Solo porque una vez nos tomamos la mano, para él, ya era su polola.



Yo me sentía muy halagada de tanta devoción y cada día me gustaba más. Me sentía libre, que Miss Ximena me dijera: “¿Así es que tienes pololo?” con toda naturalidad, sin complicaciones.



Era un niño lleno de motivos y muy educado y gentil.
Siempre me estaba preguntando todo “¿Quieres jugar a esto?” o “¿Quieres mejor jugar a los columpios?” “¿Qué quieres, qué te gustaría hacer?”
Esa galantería poco común en un niño de 9 años, me encantaba.



¡Pero tenía una espina atravesada! ¿Y Silvia? ¡No podía echar por tierra una gran amistad!



Esto me disminuía la alegría, que podía haber sentido por MANUEL…Eso no me gustaba, tenía que haber una solución.



Un día Manuel, me invitó a tomar onces a su casa, quería presentar su polola a su familia.



Era una casa grande, con un inmenso jardín de rosas. Una escalinata de mármol. Era llena de sol, y unos inmensos ventanales y arboles. Tenía un lindo perrito. Comprendí, de donde salían las rosas que me regalaba, porque él sabía que me encantaban las rosas. Al entrar al patio, salió a la puerta un niño. Manuel dijo:
“Te presento a mi hermano mayor, Francisco”



¡Hola! Nos dijimos.



Ella es mi polola, agregó MANUEL. “Ah, ella es la famosa Toñi”, dijo riendo Francisco, “Manuel nos tiene locos hablando de ti”.
Yo sonreí y dije “Manuel, es muy exagerado” dije.



 “Como buen italiano” dijo Gabriel.



“Ah, yo no sabía que Meniquetti, era italiano” respondí



"¿Y tú tienes alguna amiga?" pregunté.



“¿Alguna polola, preguntó?” El se rió y dijo: “Yo soy muy exigente con las niñas y nunca me ha interesado ninguna”



“¿Y qué exiges?” pregunté, “¿Qué sea bonita?”



Respondió rotundo: “Las bonitas son todas tontas”
“Me gustaría una niña entretenida, inteligente, que no hable boberías, simpática, deportista.”



Yo le dije: “Yo tengo una amiga, que tiene todas esas cualidades y muchas más”
“¡Además es bonita!”



“¡Uy! Dijo, es la niña perfecta, preséntamela”



Tomamos onces, Manuel me presentó a su mamá, que me recibió con mucho cariño. Aunque algunas palabras las decía en italiano, pero ningún problema, incluso a veces nos entendíamos en inglés.



Acordamos que yo llevaría a tomar onces el SABADO, a Silvia.



Volví esperanzada, tal vez esta era la solución perfecta. Ambas tendríamos pololos y estaríamos juntas.
Cuando le conté la idea a Silvia y le describí a Francisco y lo que había dicho de cómo le gustaban las niñas, se puso muy feliz, al principio, pero a medida que se acercaba el SABADO, yo la notaba rara, como que tenía miedo y andaba muy nerviosa, medio triste.
 Le pregunté “¿Qué te pasa, te noto rara, qué te parece mal?”
 Sabes respondió con los ojos bajos, estoy pensando mejor no ir el sábado” “¿Porqué?” le pregunte indignada.



 Porque yo no creo, que yo le vaya a gustar a Francisco, además tiene 11 años, es mayor que yo, estudia en ese Colegio, donde van los mayores.



Se refería al “Alonso Ovalle”. Y además, agregó, si es tan inteligente, como él dijo, qué se va a fijar en mí, un niño rubio, de ojos azules, inteligente.



¡Debe tener un montón de amigas bonitas, mejores que yo!
“Además, Toñi, yo no soy como tú, no sé qué hacer con los niños. Tú eres diferente, la gente te quiere al tiro, eres más amorosa. A mí, los niños no se me acercan como a ti, no sé porqué.”



¡Y estaba triste, como nunca antes la había visto!
“Y además, ¿Qué voy a hacer? No tengo ropa.” “Tú sabes que yo solo uso pantalones y no sé nada de cosas de cómo arreglarme, ni cómo ser de las otras niñas”
No lo podía creer, mi gran amiga Silvia, que era campeona de todo y nadie se la ganaba.
¿Sentía miedo? ¡Yo que tanto la admiraba!
Porque era fuerte, segura, inteligente, entretenida, macanuda, valiente, tenía miedo, mucho miedo.



Yo que la conocía bien, no tenía ningún miedo, porque estaba segura, que a Francisco le iba a gustar, cumplía con todos los requisitos que al él le gustaban y no era como el mariquita de Gabriel.

¿Qué duda podría tener?



Traté de animarla y que se dejara de miedos, porque yo estaba segura que ella le gustaría a Francisco.
Ella se terminó entusiasmando y me preguntaba a cada rato.



“¿Estás segura, que yo le voy a gustar?”

“¿Y qué ropa me voy a poner, es muy pituco?”



Yo le respondí: “¡Nada, nada, tu iras con tus pantalones, pero eso sí, limpios, con un sweater limpio y mi Nana te va a peinar ese pelo!”



 Tú eres linda, solo necesitas ir limpia y ordenada. No tienes que ser como las otras niñas.
“A él, no le gustan esas otras niñas, las encuentra tontas… ¡Sé como siempre eres!”
“A él le encanta el deporte, podríamos jugar un partido, de lo que ellos prefieran”
 A ella se le quitó un peso de encima.
“¡Y estaremos juntas!” agregó feliz.
“¡Eso!” respondí, “¡Estaríamos juntas como antes!”

 Llegó, por fin, el día sábado, tan esperado.
 Silvia vino a mi casa, para que mi Nana, la peinara.
 Venía muy limpia y ordenada, porque su mamá ésta vez, la había vestido.
¡Mi Nana la dejó linda! Al fin, se le veía a la cara.
Era de facciones hermosas, ojos claros, cabello largo, crespo y rubio. ¡Cualquiera, ni la reconoce!



Mi Nana le puso un pinche rojo, muy bonito que ella se había encontrado en la calle. Era primera vez, que yo veía a Silvia con un pinche y tan ordenada.



Partimos a casa de Manuel. Silvia, yo la miraba de reojo; iba muy nerviosa y tensa. Yo también iba nerviosa deseando que todo saliera bien…hablamos muy poco en el camino.

EL ENCUENTRO

 Llegamos a la casa, y Silvia miró la casa y dijo: “Yo he pasado varias veces por esta casa, parece un castillo”
 Yo toqué el timbre, salió MANUEL. “Pasen” dijo amablemente. Se dirigió a Silvia y le dijo:
“Te presento a mi hermano mayor, Francisco”. Se miraron uno al otro, con agrado y entramos a tomar onces.



 Muy parsimoniosos todos, casi nadie, se atrevía a comer primero. Apareció la mamá, una mujer joven, rubia de ojos azules, venía vestida con un traje rojo ajustado, era alegre y cariñosa. Hablaba el castellano a medias con el italiano. Tenía un cabello largo y muy hermoso, las uñas pintadas, adornaba sus manos con un hermoso anillo. Hablaba fuerte, alegremente, como cantando.
Se acercó a nosotras y dijo: “Así es que cuesta son las tuas compañeras de corso”, dijo a Manuel.

 “Sí”, respondió Manuel, “Ella es María Antonieta, la mía “Fianzata” y la otra es Silvia. Las dos son las primeras del corso”, dijo con orgullo.



“¡Ay, que bello brava!” dijo ella, y nos dio un beso en la mejilla. “Ma manyen, manyen” dijo, voy a traer chocolate y salió.
“¡Que linda es tu mamá!” dije a Manuel. Interrumpió Francisco: “¡Tenemos a quien salir!, ¿no es cierto hermano?” dijo a Manuel y nos reíamos.

Esto rompió un poco el hielo y entonces Manuel tomó el plato con las pizzas, y nos comenzó a servir.



“Coman, coman, que se enfrían” dijo. Luego se sirvieron ellos.
Entonces empezamos a comer tímidamente, luego llegó la mamá, y nos sirvió el chocolate. “Beban, que se les enfría pronto” dijo, golpeando cariñosamente mi cabeza.
Entonces, nos animamos a beber el chocolate.



Esta vez, nos sirvió gentilmente Francisco, que se puso de pie, para servir los vasos.



Muchas miradas entre ellos dos, pero no se hablaban ni una sola palabra.
Entonces, empezamos a conversar un poco tímidamente. Yo le pregunté a Francisco, cómo era su Colegio. Francisco comenzó a conversar de su Colegio, que era grande, que era de curas, que enseñaban muy bien, etc. Era “Alonso de Ercilla”.

Luego miró a Silvia, sonriendo y le dijo:
¡Así, es que eres una matea!, “Son” agregó MANUEL, con entusiasmo.



Silvia, se sonrojó. Yo nunca había visto a Silvia sonrojarse, y estar tan cohibida. Comía con tanta parsimonia, que me daba risa verla.
 Para mí, esa era una Silvia que yo no conocía.  Apenas respondía bajito y casi no hablaba.
Casi ni tomo chocolate, con lo que le gustaba, y apenas comió pizza.
Yo no podía entender, tanto cambio. Y para romper tanta parsimonia dije a Manuel:
“¿Porqué no jugamos al Bachillerato?”
“¡Ya!” respondieron a coro. Trajo papeles y lápices y comenzamos a jugar.



  Ahí, Silvia comenzó a revivir, ella era una experta en el Bachillerato, por eso sugerí ese juego.

Entonces Francisco dijo: “No tiene gracia, porque yo estoy en 4º y Uds. en 2º año y además, en mi Colegio siempre gano en Bachillerato”

“No importa” dijo MANUEL, si es por jugar no más.

  Empezamos a jugar y Silvia ganó lejos en la letra “H”



  Luego continuamos y salió “Z”. Francisco se notaba molesto y extrañado, que una niña, fuera ganando y más, encima, que él era tan capo. ¿Una niña de 2º?



  Yo creo, que eso, lo empezó a poner nervioso y desconcertado.



  Luego la “Z”. Gané yo.



Entonces Manuel dijo a su hermano: “¿No era que tú ibas a ganar y éramos muy chicos?” burlón.

 Francisco, respondió: “¡Es que las estoy dejando ganar!”

 Nos reíamos y continuábamos: salió “J”. Esta vez, volví a ganar yo.



Entonces Francisco dijo a MANUEL, “¡Ah, no, esto es trampa!”

“¿Porqué no dijiste que tus compañeras, eran expertas en Bachillerato?” dijo, algo molesto.

“¡Son expertas en muchas cosas!” rió MANUEL, burlón.

“Pero bueno” respondió Francisco, “Ya me aburrí, ¿porqué no jugamos a algo que no me gane nadie”?

“¿Qué juego es ese?” pregunté.

“El tiro con honda, dijo, en eso soy campeón en mi curso.”

Nos miramos con Silvia, porque en la honda, éramos famosas en el barrio y en el Colegio “¡LA PUNTERIA!”

 No dijimos nada, tal vez él era superior en puntería.
 Salimos al patio, y Francisco puso 6 tarros, sobre un tablón, sobre unos troncos y trajo honda. Recogimos cada uno sus piedras.

Comenzaba la competencia.
Pregunto: “¿Quién empieza primero?”



 “Yo”, dijo Manuel. Estiró la honda, apuntó y botó el primer tarro, luego el 2º, el tercer tiro lo perdió y el 4º también. Todos gritábamos y aplaudíamos los aciertos.

Luego, disparó el 5º, apuntó. Grandes aplausos.
Luego el último, falló.

GRITAMOS: “¡Tres puntos!”

Manuel relajado, dijo, “Estoy en mi día malo, las niñas me ponen nervioso” reímos.



 Francisco puso los tarros, de nuevo y preguntó: “¿Quién sigue?”

 Nos miramos con Silvia y ella nerviosa, me dijo bajito: “Sigue tú”

 “Yo”, respondí.

 Tome la honda y empecé a apuntar.

 Boté el 1º, el 2º, el 3º, el 4º y el 5º falle, luego boté el último.

“Bravo” gritó MANUEL.

 “5 puntos” gritaron.

Francisco no le cabía en la cabeza, que una niña apuntase 5 tiros de 6.
“¡Excelente!” me gritó, “Nunca había visto una niña con esa puntería”
 Ahora te toca a ti, dijo a Silvia, él se reservó para el final.

 Puso los tarros, Silvia tomo la honda y comenzó a tirar:

 Botó el 1º, el 2º, el 3º, el 4º, el 5º y el 6º titubeó, estaba muy nerviosa y el 6º erró.

“¡Bravo!” gritamos.





“5 puntos, empate con la Toñi”

Al final le tocó a Francisco, que estaba bastante nervioso. No le dijo nada a Silvia, pero la quedó mirando como un fenómeno.
Puso los tarros y comenzó a tirar:

Había un nerviosismo en el aire.
Francisco comenzó a tirar, pero se notaba demasiado nervioso. Se le cayó la piedra al comenzar, se puso rojo.

Comenzó a disparar:
Botó el 1º, el 2º, el 3º, el 4º no apuntó

“¡Ah!” dijo, “¡Que porquería!”

Luego continuó y botó el 5º. Y para disparar el último, se preparó con calma, calculó bien y disparó.
“Bien” Gritamos, aplaudiendo.
5 puntos.
“Triple empate” gritó MANUEL. “Ahora los ganadores se tienen que dar la mano (guiñandome un ojo)”
Francisco, algo abochornado por estar con dos mujeres.

Dijo a Manuel: “Oye Manuel, ¿Porqué no me habías presentado antes a estas campeonas?”
“¿Vendrán el sábado a jugar?” preguntó con entusiasmo.

“Si Manuel nos invita” respondió, más desenvuelta Silvia y se miraron ambos.

“Yo las invito” dijo Francisco.

Nos reímos, nos despedimos de la mamá, le agradecimos las onces. Ella dijo: “Vengan cuando quieran”

Nos vinimos a la casa y en el camino yo miré a Silvia y le dije: “¿No te dije, que le ibas a gustar?”

Me dio una mirada satisfecha, sus ojos brillaron, se puso roja y me dijo, dándome una palmada amistosa:

“Echemos una carrera hasta la casa”.

“Te doy ventaja”, respondí.

  Estábamos felices

1 comentario: