1947, 7 años
Silvia Goyeneche, era la única amiga que yo tuve en el colegio Sn. Gabriel, éramos del mismo curso y estuvimos en el mismo colegio de kínder a 2º básico. Vivía en mi misma cuadra, en la casa más grande y bonita del barrio, era hija del Dr. Goyeneche y tenía un hermano, Jorge Goyeneche. Era una casa de dos pisos, con unas grandes escaleras a la entrada. Un antejardín grande, lleno de árboles y un gran patio atrás. Además tenía un carrito, como ascensor que subía los platos desde la cocina al comedor del 2º piso. De la mamá no me acuerdo, porque era una vieja pituca y que siempre estaba castigando a Silvia. Su hermano Jorge, era un poco mayor que ella, y le gustaba la información científica, estudiaba en el “St. George School”. Heredo las mismas cualidades científicas del doctor.
Éramos tan amigas con Silvia, que a pesar de vernos todo el día en el colegio hasta las 16ºº Hrs., después de tomar onces todos los días y hacer las tareas, salíamos todas las tardes a jugar, éramos inseparables,
Pero una vez al mes por medio, éramos enemigas a muerte y era cuando disputábamos el primer puesto en el curso, como teníamos las mismas notas, las gringas, no se les ocurrió nada mejor, para no tener que dar los dos puestos, nos bajaban ½ punto en dibujo, mes por medio, a cada una para hacer “justicia”. Así es que mes por medio, me tocaba que tenía que arrancar del colegio a la casa, porque Silvia me iba a pegar.
Yo estaba conforme con la solución del colegio, pero Silvia no. Cuando me tocaba a mí, el 1º puesto ella me perseguía para sacarme la mugre. Ella era súper buena para el combo y mas maciza. Yo era muy flaca y pésima para pelear.
Así es que lo que hacía, era salir corriendo del colegio, a toda velocidad, a mi casa. Silvia jamás me pudo alcanzar, porque en correr, si que yo le ganaba lejos, corría como una gacela.
Pero, después de hacer las tareas, tranquilamente me iba a buscar para jugar y hacia las paces y pedía perdón con gran felicidad. Pero yo sabía, que mes por medio, ella me iba a querer pegar. Yo me escondía debajo de la cama y la hacía jurar que no me iba a pegar. Juraba con una facilidad enorme, pero no respetaba para nada sus juramentos eso yo lo sabia, que me iba a tocar mes por medio.
Este episodio se repitió por tres años y luego nos reconciliábamos y el resto del tiempo, éramos grandes amigas, aunque de personalidades muy diferentes.
Silvia era rubia, pelo largo, algo maciza y muy inteligente, creativa, curiosa, insolente, buena para el combo, mal hablada, peleadora, pero súper entretenida y teníamos los mismos intereses intelectuales y nos gustaban los mismos juegos. Su vestimenta, dejaba mucho que desear.
Siempre usaba los mismos jeans, siempre sucios, se enfundaba un sweater, también entierrado, usaba el pelo suelto, pero desgreñado, tenía una gran personalidad y confianza en si misma. En lo único que le iba mal y perdía su gran confianza era con los niños.
Con los niños, ella competía, al tiro de honda, a las bolitas, a los combos, en el deporte, en subirse a los árboles, en lo mal hablada. Pero cuando alguno le interesaba, le iba mal. Y tenía siempre que estar recurriendo a mí, a pedirme concejos. Era la única vez, que se ponía humilde.
Hasta de su mamá se refería mal, cuando ésta la castigaba y siempre la estaba amenazando con irse de la casa. Y decía toda clase de groserías contra su madre. Allí, el único que la comprendía y la defendía era el doctor y casi siempre peleaba con su esposa, por causa de la rebelde sin causa.
Pero así y todo, eran más las cosas que nos unían, que las que nos separaban y éramos grandes amigas.
Aunque yo no era buena para pelear ni menos buena para el garabato, me avenía bien con los niños y no andaba desastrada. Con jeans sí, pero me preocupaba más de mi persona, era más vanidosa, pero mas insegura y pacificadora que ella.
A ambas nos gustaba el deporte, el estudio, jugar a los mismos juegos, leer. Pero a mí, me gustaba también la música, los niños, la enseñanza y los animales, y amaba por sobre todas las cosas, “La Belleza”.
En eso éramos diferentes, porque Silvia siempre estaba molestando a los niños más pequeños, les quitaba las cosas o los hacía llorar, menos le gustaba enseñar, no tenía paciencia para eso, y de los animales, ni hablar, solo eran objetos de investigación, igual que su hermano Jorge.
Y de la belleza, tampoco. Le gustaba sacarle los pétalos a las flores y hacer colonia según ella con los espinos, con la moda y el arreglo y verse bonita no estaba ni ahí.
Siendo una niña bastante bonita, pero no se notaba, porque no se arreglaba nada. La música no le llamaba la atención. Pero donde sí nos aveníamos ambas era con su papá, que era fascinante, nosotras nos quedábamos embobadas escuchando tantas cosas que sabia y nos enseñaba. Era un hombre joven, rubio, delgado, elegante, risueño, científico, muy buen mozo y le encantaba enseñarnos cosas de la naturaleza, de la ciencia, de matemáticas, historia, etc.
Un día le regaló a Silvia y Jorge, un microscopio y nos enseñaba, lo que había dentro de una hoja, de una gota de agua, de una flor, de una hormiga, etc. Nos abría un mundo fascinante de descubrimiento y de investigación. Nos enseñaba a hacer herbarios, insectarios, a clasificar y anotar el nombre de cada especie.
A él, le encantaban los niños y pasaba largas horas conversando con sus hijos y conmigo.
La única que no estaba contenta era la esposa, porque luego las INVESTIGACIONES, a veces acarreaban problemas y peleaban.
Luego salíamos a andar en bicicleta, una vuelta cada una, porque yo no tenía bicicleta.
Pero había algo sí, que yo le envidiaba a Silvia desesperadamente. Era una caja de lápices de colores, de 24 colores, “Prisma color”, que su papá le trajo de EE.UU. Con esos lápices los dibujos quedaban maravillosos.
Tenía cada color una gama de tres tonos. Y eran como suaves y algo grasosos, se deslizaban fácilmente. Eran colores brillantes, que yo nunca había visto en ningún otro niño. Tenía tonos grises, damascos, amarillos oro, fucsia, color beige, lila, rosados en tres tonos, crema, color carne, etc.
En fin, ¡eran espectaculares! Uno podía pintar una nube por ejemplo, con tres distintos colores de gris, o pintar una flor con pétalos, que iban del fucsia, al rosado fuerte, rosado pálido, crema. Dando al dibujo un toque de naturalidad, porque nunca en la naturaleza es de un mismo color, siempre hay matices.
Pero yo, por más que pensaba, como convencer a Silvia, que me los prestara alguna vez, no había caso, no se los prestaba nadie.
Tanto pensé la fórmula, hasta que un día cuando estábamos en 2º básico, descubrí una debilidad suya. Le gustaba un compañero y no sabía cómo conquistarlo, porque era algo ruda de carácter, y no le gustaban las zalamerías, como ella decía.
Pero ese compañero, Gabriel, sí le gustaba y él no la tomaba en cuenta para nada. Además, siempre estaba rodeado de niñas que lo admiraban y lo colmaban de regalos. Gabriel era un niño, muy bonito, rubio, con los ojos azules, facciones finas, pelo crespo con rizos, muy educado y siempre llevaba al Colegio, cosas curiosas, que llamaban la atención. Un día llegó con un palo, una pelota y un guante para batear que le había traído su papá de EE.UU. Era de padres norteamericanos que trabajaba como encargado de negocios en Chile.
A Silvia le fascinaba Gabriel, sobre todo sus largas pestañas, además era el niño más alto del curso y el más culto porque había viajado a EE.UU., Canadá y otros países. Tenía unas hermosas y finas manos, como de pianista, siempre era muy caballero e invitaba a su casa espectacular que tenía, a las niñas más señoritas y lindas del curso, que iban a su casa a tomar té, y llegaban contando y Silvia se ponía furiosa.
¡Yo pensé, que podría hacer para lograr que Gabriel invitara a Silvia a su casa!
Si lograba eso, yo se que ahí sí me prestaría los lápices “Prismacolor”.
Pero lo veía difícil, porque no había nada en la personalidad de mi amiga, que le pudiera interesar a él. Yo lo encontraba un cabro creído, que le gustaban puras cosas, que Silvia no las tenía. Le gustaba salir con amigos y amigas bonitas. No era nada estudioso, más bien le gustaba hacer ostentación de los bienes materiales.
La mejor bicicleta era la de él, patines importados, andaba con una ropa elegante y se creía superior a los demás, no en estudio ni en capacidades, pero sí en plata. Lo iba a buscar un chofer, su casa tenía piscina, según contaban mis compañeras y era elegantísima. Además sus padres eran norteamericanos y prejuiciosos, no hacían amistad con chilenos, a menos que fueran rubios y lindos. Yo no sé qué gracia tenía ese tonto, pero a la Silvia le encantaba.
Pero yo veía difícil, que hubiera un entendimiento entre los dos. Pero algún lado flaco tendría, por lo menos lograr interesarlo en algo. Y así fue, un día se enfermó y comenzó a faltar a clases. Las Mises dijeron, que no se sabía lo que tenía. Entonces le dije a Silvia y por qué no vas a su casa y le ofreces a tu papá que sabe tanto para que lo vea. Ella aceptó, la mamá la arregló lo mejor posible y el doctor fue con ella.
Examinó a Gabriel y le diagnosticó un tratamiento hepático, le dio un tratamiento y tenía que estar en cama 1 mes y no podía practicar deportes.
Los gringos estaban muy agradecidos, por supuesto, no le cobró la consulta por ser compañero de su hija, así que Silvia estaba feliz, porque la recibían muy bien sus padres. Ella le llevaba las Materias, para que se pusiera al día y lo cuidaba, porque ya era una entendida en su enfermedad. Y así, por fin, ella pudo estar con él.
Luego yo le dije: “acuérdate, que me dijiste que si conseguía alguna idea para que conocieras a Gabriel, me ibas a prestar los lápices”.
Ella estaba tan feliz, en ese momento, que en un arranque de felicidad hasta me ofreció regalármelos, pero después se arrepintió y me ofreció prestármelos, sin fecha definida.
¡Yo estaba feliz, al fin, iba a poder usarlos!
Pero me duro poco la dicha, porque Silvia se empezó a aburrir cuidando a Gabriel y llevándole las Materias, ya estaba casi sano y además, lo peor y era lo que yo más me temía, ella luego se iba a aburrir con él, porque no tenían intereses comunes y parecía maniquí, decía ella.
Que apenas estornudaba, iban dos nanas a atenderlo, era mal educado, cuando una comida no le gustaba insultaba a los empleados. No le gustaba que ella le leyera y no le interesaba nada que fuera de esfuerzo o de estudio. Hasta terminó pidiéndole a Silvia, que le copiara sus Materias, la tenía para los mandados. Así es que Silvia, empezó a perder el interés en el personaje, me contaba que se había aburrido con él, que parecía “mariquita”.
Reanudamos nuestra amistad habitual, después de este fogoso romance, que duró muy poco. Pero yo salí perdiendo, porque ese mes que le tocaba a ella el primer puesto, me lo dieron a mí, porque las gringas consideraron que mis dibujos estaban muy lindos. Por supuesto con los lápices “Prismacolor”. Entonces Silvia, que jamás supo respetar un acuerdo, se olvidó de todo nuestro trato y me salió persiguiendo para pegarme.
En fin, ¡eran espectaculares! Uno podía pintar una nube por ejemplo, con tres distintos colores de gris, o pintar una flor con pétalos, que iban del fucsia, al rosado fuerte, rosado pálido, crema. Dando al dibujo un toque de naturalidad, porque nunca en la naturaleza es de un mismo color, siempre hay matices.
Pero yo, por más que pensaba, como convencer a Silvia, que me los prestara alguna vez, no había caso, no se los prestaba nadie.
Tanto pensé la fórmula, hasta que un día cuando estábamos en 2º básico, descubrí una debilidad suya. Le gustaba un compañero y no sabía cómo conquistarlo, porque era algo ruda de carácter, y no le gustaban las zalamerías, como ella decía.
Pero ese compañero, Gabriel, sí le gustaba y él no la tomaba en cuenta para nada. Además, siempre estaba rodeado de niñas que lo admiraban y lo colmaban de regalos. Gabriel era un niño, muy bonito, rubio, con los ojos azules, facciones finas, pelo crespo con rizos, muy educado y siempre llevaba al Colegio, cosas curiosas, que llamaban la atención. Un día llegó con un palo, una pelota y un guante para batear que le había traído su papá de EE.UU. Era de padres norteamericanos que trabajaba como encargado de negocios en Chile.
A Silvia le fascinaba Gabriel, sobre todo sus largas pestañas, además era el niño más alto del curso y el más culto porque había viajado a EE.UU., Canadá y otros países. Tenía unas hermosas y finas manos, como de pianista, siempre era muy caballero e invitaba a su casa espectacular que tenía, a las niñas más señoritas y lindas del curso, que iban a su casa a tomar té, y llegaban contando y Silvia se ponía furiosa.
¡Yo pensé, que podría hacer para lograr que Gabriel invitara a Silvia a su casa!
Si lograba eso, yo se que ahí sí me prestaría los lápices “Prismacolor”.
Pero lo veía difícil, porque no había nada en la personalidad de mi amiga, que le pudiera interesar a él. Yo lo encontraba un cabro creído, que le gustaban puras cosas, que Silvia no las tenía. Le gustaba salir con amigos y amigas bonitas. No era nada estudioso, más bien le gustaba hacer ostentación de los bienes materiales.
La mejor bicicleta era la de él, patines importados, andaba con una ropa elegante y se creía superior a los demás, no en estudio ni en capacidades, pero sí en plata. Lo iba a buscar un chofer, su casa tenía piscina, según contaban mis compañeras y era elegantísima. Además sus padres eran norteamericanos y prejuiciosos, no hacían amistad con chilenos, a menos que fueran rubios y lindos. Yo no sé qué gracia tenía ese tonto, pero a la Silvia le encantaba.
Pero yo veía difícil, que hubiera un entendimiento entre los dos. Pero algún lado flaco tendría, por lo menos lograr interesarlo en algo. Y así fue, un día se enfermó y comenzó a faltar a clases. Las Mises dijeron, que no se sabía lo que tenía. Entonces le dije a Silvia y por qué no vas a su casa y le ofreces a tu papá que sabe tanto para que lo vea. Ella aceptó, la mamá la arregló lo mejor posible y el doctor fue con ella.
Examinó a Gabriel y le diagnosticó un tratamiento hepático, le dio un tratamiento y tenía que estar en cama 1 mes y no podía practicar deportes.
Los gringos estaban muy agradecidos, por supuesto, no le cobró la consulta por ser compañero de su hija, así que Silvia estaba feliz, porque la recibían muy bien sus padres. Ella le llevaba las Materias, para que se pusiera al día y lo cuidaba, porque ya era una entendida en su enfermedad. Y así, por fin, ella pudo estar con él.
Luego yo le dije: “acuérdate, que me dijiste que si conseguía alguna idea para que conocieras a Gabriel, me ibas a prestar los lápices”.
Ella estaba tan feliz, en ese momento, que en un arranque de felicidad hasta me ofreció regalármelos, pero después se arrepintió y me ofreció prestármelos, sin fecha definida.
¡Yo estaba feliz, al fin, iba a poder usarlos!
Pero me duro poco la dicha, porque Silvia se empezó a aburrir cuidando a Gabriel y llevándole las Materias, ya estaba casi sano y además, lo peor y era lo que yo más me temía, ella luego se iba a aburrir con él, porque no tenían intereses comunes y parecía maniquí, decía ella.
Que apenas estornudaba, iban dos nanas a atenderlo, era mal educado, cuando una comida no le gustaba insultaba a los empleados. No le gustaba que ella le leyera y no le interesaba nada que fuera de esfuerzo o de estudio. Hasta terminó pidiéndole a Silvia, que le copiara sus Materias, la tenía para los mandados. Así es que Silvia, empezó a perder el interés en el personaje, me contaba que se había aburrido con él, que parecía “mariquita”.
Reanudamos nuestra amistad habitual, después de este fogoso romance, que duró muy poco. Pero yo salí perdiendo, porque ese mes que le tocaba a ella el primer puesto, me lo dieron a mí, porque las gringas consideraron que mis dibujos estaban muy lindos. Por supuesto con los lápices “Prismacolor”. Entonces Silvia, que jamás supo respetar un acuerdo, se olvidó de todo nuestro trato y me salió persiguiendo para pegarme.
genial y muy entretenido
ResponderEliminar¿siguen amigas?
mas saludos y felicitaciones