jueves, 3 de junio de 2010

CAPITULO 22: “La Entrada a mi nuevo Colegio, Compañía de María”

Año: 1950, edad: 10 años

   Llegué a mi primer día de clases con mi hermana. El uniforme era un vestido azul con tirantes y una blusa blanca, manga larga, un sombrero azul, calcetines larga azules y una capa azul, larga hasta la falda.


   Unos zapatones negros y pesados. Me sentía como en una “camisa de fuerza”, con aquel uniforme tan pesado, obscuro y feo.

   Ni pariente a mi Jumper holgado con unas tablitas delante, mi blusa blanca manga corta y mi corbata roja, calcetines cortos y unos zapatos livianos. Además en clase no usábamos delantal, aquí había que usar en el colegio, un delantal largo, abotonado de arriba abajo y un cinturón.



   Apareció la madre Sotomayor, me tomó de la mano y me puso en una fila. Yo jamás había hecho filas, éramos solo 15, no se usaban las filas.

   Toda la fila, me miraba, era una alumna nueva.

   Todos los cursos estaban en filas, con una monja. Dieron la orden de entrar en fila por curso a la capilla. Yo nunca había visto una Iglesia por dentro. Había cantidad de estatuas y un altar, el fondo. Arriba había un Coro de niñas cantando y había al costado del altar, una Virgen con flores.



   Luego la monja empezó a rezar el Rosario, que ahora sabía que se llamaba “Rosario”, lo que le colgaba de la cintura a las monjas y también a la Virgen.



   Después empezó una monja a rezar por trazos y las niñas le contestaban. El rezo no terminaba nunca. Cuando terminó el rezo, dieron la orden de salir por cursos. Luego cada curso iba a su clase.



   Había un enorme patio, con las salas de clase alrededor. También una estatua de la Virgen en el centro del patio y muchas rosas y otras plantas, palmeras, etc.



   Entramos a clase, de una en una y cada alumna se quedaba de pie, en su puesto. Yo pensaba:
   “Stand behind your chair”. Luego la monja me asignó un puesto e hizo una oración y antes que se sentaran, me presentó al curso, dijo mi nombre y que venía de un Colegio Inglés, así es que pedía que fueran amables conmigo, porque mis estudios habían sido diferentes.



   Luego dió la orden de sentarse. Se escuchó un cuchicheo y todas me miraban, como si tuviera monos en la cara.



   Allí, comenzó mi calvario. Era una clase de “Castellano” y no entendía casi nada lo que estaban enseñando.

   La monja hizo repetir a todo el curso en voz alta, un montón de palabras de memoria. Eran las “preposiciones”. Yo no entendía nada de lo que estaban repitiendo.

   Entonces la monja, me puso una hoja que decía:

   “Las preposiciones”: (Las recuerdo hasta hoy)
a-ante-bajo-cabe-con-contra-de-desde-en-entre-hacia-hasta-para-por-según-sin-sobre-tras-mediante-durante y so.

   Y me las tenía que aprender todas de memoria.



   Tocaron la campana, cada una guardó sus cuadernos dentro de sus pupitres y salieron a recreo.



   Todo era tan diferente, todas en fila, cada una en su pupitre y éramos 40 alumnas. Yo recordaba mi humilde Colegio con 15 alumnas por curso y todas sentadas alrededor de dos mesas largas.



   Yo me quedé sola, me acordé de mi Nana, que me había echado un plátano en mi bolsita y me lo empecé a comer. Quería ir al baño, pero no sabía dónde quedaba y por miedo a preguntar, me aguanté.



   Yo estaba sola, nadie se acercó a mí.



   Yo no hallaba qué hacer, no conocía a nadie. No sabía dónde estaba mi hermana.

   Comencé a recordar mi Colegio, a mi amiga Silvia, cuanto la echaba de menos. También a mis Misses, mis compañeras, Manuel, Miss Flory con su acordeón, sus salas pequeñas, la casa tan acogedora.



   Yo me sentía perdida, no me gustaban esas niñas que ni me hablaban, ni jugaban conmigo, ¡Eran todas pitucas y burlonas!”. Además me sentía como huérfana sola y con ese horrible delantal tan largo.

   En eso, estaba soñando, afirmada en un pilar y apareció, por fin, mi hermana, que venía con unas amigas: “¡Hola”, dije “Por fin llegas, no hallaba con quien hablar!¡”.

   Ellas me llevaron a un 3º patio, donde había una monja, que por una ventana, vendía caramelos, queques, pasteles, chicles, chocolates, galletas… Todas las niñas venían en el recreo a comprar aquí. Pero yo no tenía dinero. Alicia me regaló un chocolate y me preguntó: “¿Te gusta el Colegio?”
   Yo no alcancé a responder, ella me miró como adivinando, cómo me sentía y respondió sola: “¡Ya te vas a acostumbrar!”

   Después vino una clase, que se llamaba “labores”, donde las niñas bordaban con un aro y tenían hilos de distintos colores, que guardaban en una bolsita.



   La madre se acercó a mí y me dijo: “Mira, toma esta aguja y haz esto”, y comenzó a enseñarme el punto cruz. Yo me puse a tratar de hacerlo, pero me equivocaba y me costaba. Fue una empresa titánica, porque yo nunca había bordado. La madre me lo deshacía y me lo volvía a deshacer. Las compañeras se reían disimuladamente, de mi torpeza, y se reían porque la madre, me tenía que enseñar cosas tan fáciles.



   Yo, mientras tanto, miraba de reojos sus bordados llenos de colores y tan bonitos y los encontraba maravillosos y me sentía como una tonta porque yo era la única que no sabía bordar y me costaba.

   Así pasó la mañana y por ser primer día, no teníamos que volver en la tarde. Yo estaba contenta de poder salir al fin y cuando llegamos a la casa, me fuí directo al baño porque no había ido en toda la mañana.

   Fuí corriendo a mi casa, a sacarme ese uniforme rápidamente, esos zapatos “Bata”, apretados y me enfundé mis jeans con una polera roja y mis zapatillas, como siempre andaba, me tiré a la cama, estaba agotada y eso que tuvimos solo ½ jornada.



   Primera vez, en mi vida que llegaba “agotada” de un Colegio, ni feliz como antes llegaba, si no que era como salir de la cárcel al fin.

   “Libertad”, “libertad”, sentía.

   Me quedé tirada en la cama, mientras desfilaban toda clase de imágenes: ese edificio tan grande, tan feo, gigantesco, frío, esas monjas todas vestidas de negro y tan serias, dando puras órdenes. La que nos hizo entrar a la capilla, ni habló, ordenaba con una caja de madera, que sonaba como castañuela y todas la obedecían, cuando ella hacía sonar ese aparato.

   Era la prefecta, era española y no se sonreía ni por casualidad.

  Recordaba mis compañeras, que se reían de mí en labores y Castellano. Mi soledad en el recreo. El abandono en que me dejaron, la Capilla con ese rezo tan largo, las filas y tantas alumnas en el curso.

   “¿Con quién iba a jugar?, todas estas imágenes giraban y giraban en mi cabeza.

   Lloré, lloré, hasta que me quedé dormida.

              Ese fue mi primer día de clases

   No recuerdo, si en la casa, alguien me preguntó cómo me había ido en el colegio o algo parecido.
   ¡Era un día importante, era mi primer día de clases, en un Colegio nuevo!
   Sí, era mi primer día de clases y solo sabía que ya no volvería a ser como antes.

   Yo sentí, que ese día sepulté mi felicidad, para entrar a una vida extraña para mí, donde yo no tenía cabida. Esta nueva vida, me inspiraba pavor, yo no era nadie, era un punto, en el universo.

   De pronto, sentí una mano que me zamarreaba y me decía: “Ya pues, despierte, que voy a servir el almuerzo”.
   Ella me miró de reojo y no me quiso preguntar nada, solo me dijo:  “Ya pues, levántese, lávese esa cara y péinese”.
   Cuando me miré al espejo, comprendí porqué María, me mandó a lavarme la cara, se notaba a leguas, que había llorado mucho. Me peiné, lavé mis manos y cara muchas veces, para que no se notara, que había llorado, al sentarme en la mesa.



   Yo creo, que nadie se dio cuenta, cómo me sentía, excepto María y mi hermana, que me miraban en silencio.



   Mi tía Marta, me preguntó, riéndose: “¿Y qué pasa que no estás alegre, tienes un lindo Colegio nuevo y esa cara?”.

   Mi mamá, alegremente comentó que las monjitas eran tan buenas, que me iban a hacer clases gratis de Castellano y Matemáticas, para nivelarme, porque estas gringas de ese Colegio pichiruchento, me habían enseñado mal matemáticas y no me habían enseñado nada de Castellano. “¡Menos mal que me la recibieron en el Colegio, vieran todo lo que costó para que decidieran dejarla!”.

   “¡Yo les voy a llevar unos chocolates a las monjitas, yo se que a ellas le encantan los chocolates!”.

   Mi padre no hizo ningún comentario. Lo único que dijo: “Es el mejor Colegio de Santiago, por algo le dicen “La buena enseñanza”.

   Alicia me miraba y dijo como molesta: “Tan mal no le habrán enseñado, puesto que la pasaron a 4º año. Y con la ventaja del Inglés, que es muy importante saber Inglés”.

   Nadie, agregó nada, ni me preguntaron nada.

   Cuando llegó el postre, María, para animarme dijo: “Toñita, le hice el postre que a usted tanto le gusta”.

2 comentarios:

  1. Muy buen capitulo, muestra algo que parece normal en la vida pero el colegio para mi marca mucho y todo lo que te involucra,
    gracias por compartir todo, estoy fiel al blog , ahora.
    gracias¡!

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  2. GRACIAS POR SEGUIR CON EL BLOG, UN GUSTO APRENDER DE UNA BIOGRAFIA Y ADEMAS ENTRETENIDA Y CON APOYO DE PSICOLOGOS
    BESOS

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