1951-1954, 11-14 años
Como mi vida escolar era tan solitaria, sin amigos y triste, cuando cumplí 12 años, inventé un Club en mi barrio. Primero fuimos solo mis 2 primos Patricio (9 años), Mariluz (7años) y yo. Luego se agregaron 2 vecinas de Mariluz: Lily (7años) y Gloria (6 años). Luego se agregó Patricia Benavente (10 años), Manuel (9 años) y Yamal (7años), y más adelante se sumó Wilfred (10 años) y su hermano menor. También se incorporaron Lucho (hijo de mi nana María (10 años), Silvia Goyeneche y su hermano Jorge, turco Jamal y su hermana. Luego 2 hermanas de 7 y 9 años, Margarita e Iván, Aldo, un Italiano (12 años) amigo de Patricio, María Elena Duvauchelle (12 años), 2 hijos de los Vázquez, y Patricio Álvarez (14 años).
Así fue creciendo el grupo, hasta ser una buena patota, a la que se iban incorporando de distintos barrios, y al final éramos un grupo de 45 niños. Yo era la líder y organizaba toda clase de actividades de grupo; deportivas, de estudio, bailes, competencias, juegos, actividades de caridad, circo, títeres, carreras, naciones, bolitas, luche, bicicletas, football, películas, paseos, pic-nic, cuentos, contar películas, escuelita, contar chistes, ir a los juegos del parque etc.
“La condición para participar en el club era estudiar y que les fuera bien en el colegio”. Esta condición me hizo ganar el favor de todas las mamás del barrio, porque desde que sus hijos asistían al club, habían mejorado notoriamente sus notas. Esto ocurría, porque nadie se quería perder alguna actividad del club, pues al que le iba mal en el colegio, era castigado y suspendido de las actividades. A algunos niños les iba mal, porque tenían mala base, entonces yo busqué una solución creando una “Escuelita” en mi terraza. Me hacía asesorar por Wilfred, que era una niña muy inteligente y muy culta para su edad. Vivía en una familia de puros intelectuales. Yo era la” “profesora”, y Wilfred les hacía reforzamiento. Las mamás poco menos nos besaban los pies. Adiós la preocupación de obligar a estudiar al niño, o tener que estar ayudándolos en las tareas, para lo cual nunca tenían tiempo.
La actividad anual más espectacular del club era para “Navidad”, donde pedíamos la colaboración de los padres en la reparación de juguetes viejos, los cuales nosotros recolectábamos y ellos reparaban. Allí todos los socios hacían su gracia ante los padres. Invitamos a 12 niños pobres con tarjeta. Les repartíamos un vaso de chocolate, un trozo de pan de pascua y caramelos. Además, un juguete para cada uno, y les presentábamos nuestro show artístico. Claro que esta actividad requería de la ayuda de mayores, pero los padres estaban encantados de cooperar.
Teníamos especialistas: mi papá era carpintero y pintor, entonces arreglaba y pintaba todos los juguetes de madera con Manuel de ayudante. Las señoras se especializaban en trajes de muñecas. Algunas eran verdaderas artistas en hacer zapatitos, gorritos, vestidos, delantales, hasta pelo de muñeca hacían a las que venían peladas. Algunas señoras eran tan hábiles, que ni se notaba que la muñeca era vieja. Otras reparaban muñecos y peluches, les cosían los brazos rotos y los rellenaban. Además, algunas se juntaban en realidad a coser juntas y se entretenían.
Los niños hacían rifas para comprar papel de regalo y cintas para los paquetes. En eso les colaboraba don Aldo el almacenero, quien les regalaba papeles, cintas y caramelos. También lo hacía el de la librería y almacén de Pío Nono, quien les compraba rifas.
Luego de comprados y conseguidos los materiales, los trabajábamos por equipos. Los niños ponían los dulces, y las niñas envolvíamos el paquete con papel celofán y les colocábamos la cinta. En eso las niñas eran superiores a los niños. Por supuesto que había algunas tan hábiles para adornar el paquete, que destacaban sobre los otros. Entonces decidimos que mejor ellas solamente envolvieran y adornaran los paquetes, para que quedaran todos iguales, y las que tenían buena letra (entre ellas yo, con mi letra caligráfica y sin faltas de ortografía que tanto me había enseñado mi madre Sotomayor), escribíamos el nombre del niño o niña.
Por supuesto que los padres de esos 12 niños pobres, también estaban invitados, se encargaban de ubicarlos y darles un refresco.
Todo estaba muy bien organizado, parecíamos hormigas, todos trabajando en algo. Unos poniendo los vasos de chocolate y queque, otros viendo el funcionamiento de la música, y los artistas preparados y maquillados por una mamá. Luego pensamos ¿y de dónde sacaremos tantas sillas para sentar a toda la gente? Ante esto, el turco, que era muy ingenioso y de una suerte nunca vista, (era de los que compraban un número de la rifa y se sacaba el premio), dijo:
“Muy fácil. Ponemos algo en el suelo, que cada uno traiga de su casa. Y los papás traen cada uno su propia silla y algunas más para los niños invitados”.
“Fantástica idea” dije. Recibió un aplauso.
Durante 3 años, esta actividad anual, ganaba más y más papás colaboradores, provocando un gozo increíble este trabajo comunitario; padres e hijos trabajando juntos con un interés común.
Sirvió esta actividad incluso para que vecinos que nunca se hablaban, trabajaran juntos, y también para que algunas familias no muy comunicativas, tuvieran un interés común que los uniera.
Hubo papás que quisieron participar en el show, cantando, tocando guitarra, acordeón, bailando español, juegos de manos, con pelotitas etc. Participaban también unas socias españolas que bailaban Jota con ropa típica, y su padre les tocaba la guitarra, y la mamá cantaba.
Todos disfrazados, algunos contaban chistes y los niños se morían de la risa. Otros hacían títeres; la mamá de Wilfred era una artista, y hacía títeres de cartón piedra. Colocaba una cortina, y hacía un show bien divertido, sin contar el ballet en zancos de Wilfred, que era todo un espectáculo, aquella niña altísima, haciendo las piruetas más complejas con los zancos.
Todo salió perfecto, durante 2 años, pero el tercero, fue un desastre total. Ya todos los niños les habían contado a otros que en mi casa se repartían juguetes, dulces y que había un show. Ahí vino nuestro catastrófico final. El tercer año, vinieron una tremenda cantidad de niños que no traían tarjeta de invitación, acompañados de sus padres y exigiendo entrar. Eran tantos, que no hallábamos qué hacer.
La terraza corría peligro de venirse abajo, y nunca entendieron que esto no era una
“institución de beneficencia”, por más que mi papá les decía que esto era cosa de niños. No había más regalos ni más capacidad.
Empezaron a subir a tropel las escaleras que estaban a punto de caerse, y los niños y papás estábamos asustados. No hubo caso, nunca entendieron, incluso mi papá los amenazó con echarles a la fuerza pública, pues podía caerse la terraza. ¡Pero nada! ¡Era una turba irracional!
Fue tanto el escándalo, que María tuvo que llamar a un amigo carabinero que vino en una cuca con 3 carabineros más.
Y se acabó la alegría, todos los que no tenían tarjeta de invitación fueron echados, y los carabineros nos recomendaron no continuar con la “Fiesta Navideña” nunca más, porque la gente no iba a entender.
Pasamos un buen susto, pero los niños pobres que tenían tarjeta y sus papas quedaron arriba cabizbajos. Los artistas se desanimaron, y los padres colaboradores quedaron tristes. Uno se paró y dijo:
“Yo estoy contento a pesar de todo lo ocurrido, por que entiendo que por muy buenas intenciones que uno tenga, no todo se puede hacer. Es una lástima que algunos reciban y otros no, pero esto apenas es la idea de una niña de 12 años, para quien yo pido un aplauso y una gratitud por todo lo que hemos podido vivir. Que esto nos sirva para saber que hay muchos pobres que necesitan nuestra ayuda, y eso me lo vino a enseñar una niña de 12 años”.
Todos aplaudieron y comprendieron, y yo sentí que mis lágrimas se venían a mis ojos. Pedí perdón y di las gracias.
EL Club; “Los pastores de Fátima”
1952, 12 años
Recuerdo que en clases de religión contaban muchas historias de santos y pasajes de la Biblia que a mi me gustaban mucho. Como no sabia nada de la Biblia, ni de santos, y además era muy impresionable, prestaba mucha atención a las narraciones. “Todo lo que recibía lo traspasaba a mi Club”, ya sea una película, un libro, un cuento, una narración bíblica etc. Siempre estaba traspasando cualquier cosa que recibiera, a los otros niños, pues consideraba un deber el enseñar, y no podía quedarme con algún conocimiento solo para mí.
Una vez, la madre de religión, nos contó la historia de “Los Pastorcitos de Fátima”. Yo quedé de tal manera impresionada, que llegué al club, les narré la historia y decidí imitarlos; hablé con mis primos, Pato y Mariluz que tenían las mismas 3 edades de los pastores (12, 10 y 7 años). Entonces pusimos una virgen en la terraza, la adornamos con flores, nos hincábamos y rezábamos el rosario pidiéndole a la virgen, por todo el mundo: por los pobres, enfermos, ancianos, difuntos, por nuestros familiares, y por los estudios. Eso lo hicimos todos los días, durante un tiempo.
Como yo sabía poco de la virgen, conversé con una niña hija de María, y le pregunté sobre la virgen. Ella me dijo que tenía que esperar a tener 15 años para entrar a postular. Había que comprometerse con la virgen, imitarle, venerarla, acudir a ella como nuestra protectora. Comprometerse a rezar por el mundo, y si cumplía, la dejaban entrar y te ponían una medalla como “Hija de María”. Había que asistir a unas reuniones con la madre Palma una vez por semana, y cada día había que hacer un sacrificio por amor a María. A mi me empezó a interesar esta virgen, que aceptaba todo en silencio y lo guardaba en su corazón, por lo que cada día me fui haciendo mas devota del rosario, pero tenía que esperar a tener 15 años para postular. Me gustaba eso de tener un compromiso serio con ella, por eso tenía que ser más grande. Cuando cumplí 15 años, entré por fin a ser Hija de María (postulante). Ponía mucha atención a todo lo que la madre Palma decía, me tomaba muy a pecho este compromiso con María.
Hoy, que ya ha pasado mucho tiempo de estos hechos, creo que este fue el “primer camino” que comenzó a enseñarme el Señor, por medio de María, porque de Dios, Jesús y la Biblia poco se hablaba. Además, la virgen me regaló las 2 primeras amigas que yo tuve en ese colegio a la edad de 17 años: Rosa Marrapodi y Cristina Georgii (cuando ya fui Hija de María).
Luego, años mas tarde, cuando entré al “Camino NeoCatecumenal” no me olvidaré que Juan Figueras, mi catequista hablando de este hecho de haber jugado a ser “Pastorcitos de Fátima” en la infancia, remarcó que todo lo que nos sucede en la “Infancia” es profético para nuestra edad adulta. Considero que ya en mi Infancia estaba profetizando que María me tomaría como “Hija” suya para una “Misión”: “Rezar por el mundo, como los pastores, una vocación de oración y servicio”.
Curiosamente, también Patricio, mi primo, que no era nada de creyente, cuando se casó entró a formar parte de la “Comunidad de Schöenstatt” Mariana. Luego, María lo llevó por “un calvario muy doloroso”, con un hijo enfermo, quien falleció a los 7 años de edad. Yo veo claramente que María regaló a mi primo un espíritu de fortaleza increíble, para poder llevar una cruz tan pesada y aceptarla, por amor a María, junto con su esposa. Luego mi prima Mariluz, aunque no participa de ningún grupo de Iglesia, es sin duda la persona con el mayor “espíritu de unión en nuestra familia”. Ella está siempre en contacto y tiene, sin duda, “una inmensa capacidad de amor”, que estoy seguro se lo regala María.
Así es que a través de este inocente juego en nuestra niñez, María nos cogió a los tres llevándonos por “distintos caminos de encuentro con el Señor”. Ahora entiendo que el señor pese a mis sufrimientos en el colegio “Compañía de María”, tenía un “Proyecto” para mí y mis primos, para encontrarse con nosotros, y a través de María llevarnos a la cruz. Es verdad lo que dice el salmo: “Me hizo bien el sufrir”, Gracias Virgen Santa.
El Club; “La Escuelita”
A mis 11 años yo descubrí que el gozo más grande que yo experimentaba en el Club, era “compartir” con los otros niños, todo lo que aprendía, traspasar conocimientos, experiencias, juegos, libros, enseñar, en buenas cuentas, todas mis experiencias del día a día, sacar de adentro de cada niño lo mejor de sus potencialidades, todo aquello que le pudiera servir para desarrollar todo cuanto más se pudiera sus capacidades.
Para mí la mayor compensación era cuando un niño comprendía algo que antes no entendía, o expresaba un sentimiento que nunca antes había expresado.
Por eso, creaba variadas actividades, haciéndome asesorar por niños que manifestaban talento para colaborar en cualquier actividad, dedicarme a desarrollar sus talentos y a la vez, que ellos los traspasaran a otros, era como una cadena donde se creaba una comunión de amor, ese era mi empeño, como una solidaridad donde cada niño aportaba lo suyo y a la vez, recibía de los demás.
Pero donde yo ponía énfasis, era en el amor por el estudio, por conocer cosas nuevas, entusiasmarse en saber, aprender, desarrollarse, etc.
Por eso, el requisito para ir al Club, era tener buenas notas en el Colegio, los niños con malas notas, tenían que subirlas si querían participar.
Esta empresa daba vueltas en mi cabeza porque veía que por más estímulo que yo daba, algunos niños, continuaban con malas notas y sufrían mucho porque no podían participar en el Club, igual con los que eran “peleadores” y abusaban de su fuerza con los más chicos (eran castigados también)
Pensaba y pensaba, viéndolos sufrir y no se me ocurría la solución. Yo esto lo conversaba con mi mano derecha, mi amiga Wilfred; qué podíamos hacer para ayudarlos.
Y un día se me ocurrió una idea, fui donde Wilfred y le dije:
¿No será que ellos, no es que no quieran estudiar, sino que tienen algún problema?
¡Si, respondió Wilfred, yo sé que a Paty le cuestan mucho las Matemáticas¡
¡Yo le puedo enseñar!
(Esto que dice y a mí, se me “prendió la ampolleta)
¡Eso, eso, tal vez necesiten ayuda!
¡Ya sé, porqué no creamos una Escuelita!, nos conseguimos unas mesitas, unas sillas, un pizarrón y conversamos con las mamás de los niños con problemas, que eran las más felices.
Comenzamos a trabajar con ellos, todos los días, después del Colegio, en la terraza de mi casa. Yo los ayudaba en los ramos humanistas y Wilfred en lo científico.
En un par de semanas, el éxito fue “rotundo”, los niños superaron sus malas notas y estaban felices, de poder participar, de nuevo en el Club.
Las mamás de los niños eran las más contentas, sus hijos estaban subiendo sus notas en su Colegio, era un gran alivio para ellas, tener ayuda en este problema.
Las mamás se transformaron en fans nuestras, estaban muy agradecidas, de que se solucionara el problema de sus hijos en el rendimiento escolar.
Y verlos contentos de volver a participar en el Club. Me felicitaban porque ahora sus hijos estudiaban más con tal de no faltar al Club.
Nosotras con Wilfred, estábamos muy satisfechas con los resultados. Claro que Wilfred no era una niña cualquiera, era una ayudante de lujo, llena de ideas ingeniosas para enseñar, divertida, creativa.
Para ella enseñar era un juego. Era inteligentísima, generosa, con una gran cultura, proveniente de una familia de científicos y artistas, muy adelantada para su edad.
¡Era única! Genial.
Además, ella agregaba conocimientos como manualidades, títeres, infinita cantidad de información poco común que ella tenía de su familia donde todos eran intelectuales y artistas.
Su madre, Olga Romecín, era una mujer versátil, artista, su padre; Wilfredo Mayorga era un escritor muy conocido, que tenía cajas y cajas de libros, como una enciclopedia.
Su hermano, Humberto Maturana, actualmente científico reconocido mundialmente, autor de muchos libros.
Su otro hermano Drago era pintor, su esposa tocaba el chelo en el conservatorio.
Así es que cualquier información, que nosotros no supiéramos, Wilfred, la obtenía de su familia. Era una experiencia maravillosa trabajar con una niña tan precoz, sensible, culta, responsable. Jamás faltó a las clases de la escuelita, siempre fue mi mano derecha en todo.
No era secreto para nadie que yo quería a Wilfred más que a nadie, era mi gran amiga.
Los niños felices, hacían sus tareas en la Escuelita todos los días, hasta nivelarse en el colegio, luego podían salir a jugar al club, si no las terminaban, no podían salir a jugar.
El resultado de La Escuelita, junto con la “fiesta de navidad”, donde muchos padres participaban, fueron sin duda las 2 actividades más destacadas y gratificantes del club.
Aunque había otras, que también eran muy gratificantes: “el Circo”, Deportes, “La cuenta cuentos”, donde yo incluía cuentos clásicos, relatos bíblicos, historias del “Peneca”. También bailes, música, ballet, paseos, (“Íbamos al cine, al Cerro San Cristóbal, al Parque Forestal, a los juegos, competencias deportivas con premios, carreras, el juego de las “naciones”, bolitas, bicicleta, equilibrios, ping-pong, carreras, “Los pastores de Fátima”, “Cuenta chistes”, teatro, etc.
Así pasé de los 11 a los 14 años en mi Colegio sola, pero, escribiendo actividades para el Club, como no tenía amigas, en eso me entretenía durante los recreos o clases aburridas.
Era una vida “paralela”: INFELIZ EN EL COLEGIO Y FELIZ EN MI CLUB