Un hecho que me marcó mucho, cuando tenía cuatro años, fue la muerte de mi primo, Jorge Valenzuela, de sólo trece años. Éste era el primo que yo adoraba; esperaba ansiosamente su visita en el sillón de mimbre cada día. Él me leía cuentos, jugaba al caballito conmigo, me regalaba caramelos, conversaba conmigo y me contaba historias. Sus padres eran de provincia, por eso lo pusieron en un internado en Santiago.
Un día sucedió que, cuando fui al sillón a esperar a Jorgito, había una tremenda agitación; mis padres salieron rápido de casa, me quedé sola, sin comprender nada, nadie me dio una explicación. Entonces fui a la cocina y le pregunté a mi nana: - “¿Por qué llora mi tía Anita?, ¿dónde se fueron todos?”
Su respuesta: “Fueron al entierro de tu primo Jorgito, que se murió”
-
- “¿Qué es morirse?”, pregunté.
-
- “Pregúntaselo a tus padres”, me contestó.
Pasaba un día tras otro y Jorgito no llegaba. Yo lo esperaba en el sillón
para jugar, entonces empecé a darme cuenta que morirse no era bueno, que apretaba el corazón y se sentían ganas de llorar; que era echarlo mucho de menos, y no verlo nunca más.
Este fue mi primer encuentro con algo que llamaban muerte, a los cuatro años de edad.
Todo el local era sucio, las moscas se paraban en la carne, y con la misma mano que cortaba, se pagaba. Yo encontraba muy feo ese lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario